de las experiencias más excitantes que recuerdo en solitario tuvo a un huevo vibrador como protagonista. Estaba en un viaje de trabajo en el extranjero, y me había acompañado un juguetito que tenía entonces, un huevo vibrador de tamaño pequeño que funcionaba a pilas. Desde mi entrada en el hotel le había dado buen uso en largas sesiones de masturbación, y cuando llegó la hora de bajar a recepción para reunirme con un cliente, sentía que las sábanas me retenían en la cama. Todavía estaba recuperándome del último orgasmo, y el juguete seguía dentro. Y pensé: “¿qué pasaría si lo llevo puesto…?”.
Bajé a recepción igual que lo haría en otras circunstancias. Solo que, en mi interior, un huevo vibrador se hacía eco. Con cada paso que daba, el juguete se movía dentro y ya desde el ascensor sentí el morbo de llevarlo en público. Puse toda mi atención en la inminente reunión, que transcurrió con normalidad. Pero de vez en cuando mis músculos se contraían y mi mente se llenaba de interrogantes que me excitaban incluso más: ¿alguien podría oírlo? ¿se darían cuenta de que estaba tan excitada? Al acabar la reunión volví a mi habitación y me rendí a un orgasmo largo y muy intenso. Hace ya varios años, pero todavía recuerdo cómo me temblaban las piernas mientras mi respiración volvía a su ritmo habitual.
Esta historia hace que sienta cierta debilidad por los huevos vibradores. Porque excitarse en pareja es maravilloso, pero hacerlo en solitario a mí me resultó muy empoderador. Me permitió conocerme mejor, saber cuáles eran mis preferencias, mis tiempos… y estos aprendizajes fueron clave para disfrutar más también cuando estaba acompañada. Es por todo ello que, cuando vi a Vulse por primera vez, mi cuerpo se sintió casi casi como entonces: con la piel erizada y muchas ganas de volver a disfrutar de esas sensaciones.
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