El dolor menstrual me ha acompañado desde la primera vez que sangré. Entonces, mi yo de 12 años no era capaz de diferenciar ese dolor de un dolor de estómago, que parecía tener todas las papeletas de ser lo que me ocurría. Con el tiempo, aprendí a diferenciar el dolor de estómago del dolor menstrual, y de que todo el mundo entendiera a qué me refería cuando decía que me dolía la tripa.
Aprendí que el dolor menstrual no era normal cuando empecé a interesarme por el mundo de la juguetería erótica. Parece que poco tienen que ver los vibradores con la menstruación, pero su punto común es que están relacionados con los genitales. Hoy en día es fácil encontrar copas menstruales y otros métodos para recoger el flujo en tiendas eróticas, y un montón de profesionales que pueden asesorarte. Así fue como me di cuenta de que lo que yo sentía no eran solo molestias, que no es que mi umbral del dolor fuera bajo, es que había algo más en lo que nadie se estaba fijando.
Comencé a acudir a una osteópata especializada en cuestiones ginecológicas, visité a un montón de ginecólogas y ginecólogos que no dudaban en recetarme la píldora por darme algo. Todo parecía estar bien, pero el dolor seguía ahí. Tuvieron que pasar muchos años desde mi primera menstruación hasta que me dieron el diagnóstico: endometriosis. Todavía recuerdo las palabras de la última ginecóloga que me visitó antes de dar con un buen equipo: “si yo no veo nada en la ecografía es que no tienes nada”. A pesar de no haber visto nada, algo estaba sucediendo en mi cuerpo y requería intervención.
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